Contextualización

La historia del siglo XX es un sucederse de conflictos lacerantes para el orden mundial, para las sociedades tradicionales y para los propios individuos, cuando estos no pertenecen a las entidades de poder.

El siglo XX amenazó con el fin del mundo causado por los enfrentamientos internacionales siempre latentes, las armas capaces de borrar y deformar la vida humana y el medio ambiente.
Fue un siglo que finalmente desembocó por uno de los posibles caminos de la historia, en este caso la entronización del capitalismo, un sistema en el que el individuo (y la naturaleza), después de años de sustracciones, amenazas y miedos, “se convierte en un objeto más del consumismo con sus inacabables procesos de intercambio”.

Al mismo tiempo fue una etapa de grandes cambios sociales superficialmente positivos conseguidos gracias a las revoluciones en favor de los derechos y las libertades del individuo. Grandes cambios que a menudo no van más allá de una apariencia consumible y aceptable, ya que el gran motor todopoderoso del consumismo es capaz de reinventarse, convirtiendo en modas y tendencias hasta las visiones más amenazadoras de su funcionamiento. 
La degradación constante de la modernidad que se manifestó en las décadas del siglo XX, se convirtió en el posmodernismo contaminado por la globalización y las nuevas tecnologías que hacen que los individuos universales sean cuerpos que “cada vez más se consideran “recursos” y se viven como “objetos” susceptibles de ser mirado, controlados y dominados”.


Este enfrentamiento pesimista del siglo pasado no quiere anular la importancia de tantas filosofías, revoluciones, experimentaciones, reivindicaciones. Con cierta ilusión reconocemos que las décadas pasadas nos han dejado entre sus residuos, unas necesidades nuevas de cambio total de paradigma.
Un rechazo a la filosofía moderna que se reconoce en el “sujeto presuntamente universal o transcendente […] y que se identifica a espensas de otros sujetos “primitivos” o “femeninos” […]” y que entiende la naturaleza como una serie de fuerzas que hay que dominar en lugar de integrarse a ellas.